sábado, enero 21, 2006

Sobre llovido, mojado

Anuncio: este post es laaaaaaaaaargo. Los amantes del minimalismo tienen mi entera autorización para retirarse. En silencio señores por favor que hay otra gente que quiere ver la película, y agáchense que tapan a los de atrás.

Hay días en que definitivamente no. Como si un detalle se encadenara con el otro, imán irrefrenable, y se armara una especie de cadena de mala racha. Esos días deberían considerarse como una suerte de feriados individuales: apenas uno huele que el día pinta así inmediatamente debería dejar de hacer lo que está haciendo, volver a la casa y quedarse quietito haciendo la menor cantidad de cosas posibles.

Por ejemplo el otro día. Tenía que ir a buscar a un nenito a la escuela y traerlo al centro de salud para que tenga su sesión. Es parte de las actividades que me corresponden en tanto que pasante, y ya de por sí me infla los quinotos porque considero que no me aporta gran cosa. Llovía. Empecé a sentir la invasion del malhumor cuando me enteré que no sólo tenía que ir a buscarlo y traerlo, sino además llevarlo de nuevo a la escuela y volver. Esto da la módica suma de 4 trayectos 4. Empezamos mal.

Había caminado una cuadra mas o menos cuando noté que la suela de mi zapato derecho estaba totalmente partida al medio, con la consecuencia lógica e inmediata de toda el agua de la vereda en mi pie. Bingo, pensé. Recién salgo de una gripe nefasta, y caminar con los pies mojados va a ser una fiesta para los microbios que no esperan otra cosa que la recaída.

En ese estado caminé las larguísimas cuadras que me faltaban y llegué a la escuela. Toco timbre y nadie responde. Vuelvo a tocar, nada. Así durante aproximadamente diez minutos. Era obvio, no podía ser que en semejante estado algo saliera bien.

Finalmente encuentro otra entrada, toco timbre y ahi sí abren. "Viene a buscar a quién???", me espeta el portero con cara de gil. Le explico con una falsa calma quién era yo y a quién venía a buscar, me mandan con otra tipa que sí conoce al nene, que porsupuesto no estaba listo. Ni siquiera estaba en el salon de clases. Tuvimos que ir a buscarlo a un despacho, en donde una maestra hablaba por teléfono mientras el pibe leía una historieta, y porsupuesto nos hacía esperar afuera.

Eran las 15.30, exactamente la hora en la que debería estar empezando la sesión. Mientras esperaba afuera del despacho como una imberbe a que a la tipa se le ocurriera terminar de hablar me invadían los "Quién me manda?" y "Qué carajo hago acá?. Finalmente mandaron al nene al aula a buscar sus cosas para irnos, el demonio de tazmania salió corriendo y cuando llegamos al aula... no estaba! La tipa que me acompañaba se quedó blanca hasta que el pibe reapareció y se ligó tremenda cagada a pedos mientras yo pensaba cómo corno íbamos a hacer para llegar a una hora razonable visto y considerando la cantidad de cuadras que nos esperaban.

El nene iba caminando pancho, mirando el paisaje y arrastrando su mochila-carrito. Para hacer más rápido agarré el carrito yo, pero hete aquí que la manija se había roto y no subía más, con lo cual o caminaba agachada o renunciaba al arrastramiento y la llevaba en la mano. Es lo que hice, con el consecuente dolor de espalda: la mochila pesaba mil toneladas.

Finalmente llegamos. Media hora tarde. Y casi casi ya ea la hora en que el nene tenía que volver a la escuela! La sesión (a la que me permiten asistir) duró cinco minutos, durante los cuales me fue imposible concentrarme en otra cosa que en mi malhumor ante la sola idea de volver a hacer el trayecto infame. Terminada que hubo, vuelta a agarrar el carrito y vuelta a la escuela, de más esta decir que tomé otro camino, me perdí y trataba de ubicarme mientras el nene me repetía "no es por acá, no es por acá, no es por acá".

Lo deposité y dale que va, hice por cuarta vez el camino. Llegué con los pies inmovilizados de tanta agua que me entró. Una colega me sugirió sacarme las medias mojadas y fabricar una especie de media con un folio de plástico (!). La idea no era mala, porque así al menos estaba el pie aislado. Me encerré en un consultorio a fabricar el artefacto y pasé el resto del día (porque todavía faltaba un bueeen rato para irme a casa) con un pie en una media de plástico, totalmente ridícula, sintiendo que estaba de campamento en Quequén. Con la remera empapada de la transpiración, que sumada a la calefacción altísima me hicieron un efecto invernadero infernal. Sintiendo en la garganta los primeros efectos del resfrío que recaía. Y sobre todo, sintiendo en todo mi ser la convicción de que no tendría ni que haber asomado un ojo fuera de mi cama esa mañana.

Por eso digo, deberia instaurarse el feriado individual por causa de mala racha. Se evitarían muchas desgracias.

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