miércoles, agosto 24, 2005

Sobreviviendo

Vuelta de Salta, ese viaje a la infancia, vuelvo a escribir. La necesidad de rearmar la historia y tomar contacto con las raíces se hace más presente que nunca.

Mi baba Noemí, su historia merece ser escrita extensiva y detalladamente en otra oportunidad, se crió en un pueblito de Polonia y a los 17 años emprendió el viaje a la Argentina con su flamante marido, viaje salvador, pasaje de ida del que nunca hubo vuelta, el pueblo y todos los que quedaron en él fueron exterminados.

En Paris hace un par de años, encuentro un señor con mi apellido, o más bien él me encuentra a mí. Su pasión es armar el árbol genealógico de la familia, árbol que tiene prolijamente ordenado en un cuaderno gigante y en el cual yo ocupaba un lugar. Este señor, con el que no hay un lazo directo de parentesco pero que se convirtió inmediatamente en tío, escribió junto con su padre un libro llamado "Un sobreviviente", que cuenta la historia de cómo su padre fue arrancado de su vida cotidiana, llevado a un campo de concentración y de cómo, milagrosamente, pudo sobrevivir.

En una de mis vueltas a Buenos Aires llevo este tesoro y paso las tardes leyéndole a mi azorada baba Noemí, única sobreviviente de su familia, la historia de un sobreviviente que lleva el apellido de su marido. Leerle la historia de la infancia del protagonista fue leerle su propia infancia. Contarle el dolor de este hombre fue contarle el suyo propio. La historia del libro y la historia de mi baba se fundían en un caudal maravilloso. Leerle era devolverle su historia, enterrada bajo capas y capas de dolor.

Mi ida a Paris se produjo antes que pudiéramos terminar el libro y cada vez que la llamaba por teléfono, ella me decía que siempre recordaba esas maravillosas tardes de lectura.

Mi baba, ya arrasada por el exterminio de toda su familia y por la pérdida muy temprana de su marido, tuvo que experimentar hace dos años la peor pérdida que un ser humano puede vivir; la de un hijo, mi padre. Nunca más salió de su casa, no ve bien, tiene ataques de dolores de esto y de lo otro. Tener que sobrevirle a su hijo adorado le produce un horror y una tristeza inenarrables.

En esta vuelta a Buenos Aires manifiesto mi deseo de seguir con la lectura interrumpida. Me dicen mis tías que leerle es inútil, que ella ya no está para esas cosas, que apenas si puede estar de pie. El otro día la visito, le llevo el libro y lo dejo arriba de la mesa. Tomo el té, como galletitas, pasamos revista a las cosas cotidianas. Tras un largo silencio, oigo su vocecita que pide: "queres leerme un ratito?".

Su cara se ilumina, mi corazón se acelera y juntas seguimos recorriendo un trecho de historia.

No hay comentarios.: