El otro dia estaba comiendo un caramelo riquisimo y me preguntaba por que indefectiblemente llega un momento en el que, reducido el caramelo a su minima expresion chupable, uno no puede evitar morderlo.
Me propuse hacer el experimento, y trate de evitar por todos los medios la mordida, pero no hubo caso, es como si los dientes y las muelas cobraran vida y decidieran actuar en contra de la voluntad del propietario del aparato masticador, clavandose en el elemento caramelistico irremediablemente, poniendo abrupto fin al placer de sentir la saliva mezclada con gusto a limon, a frutilla o naranja y obligando al humano a pelar otro caramelo y zamparselo para que el ciclo recomience.
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