El otro dia, en Rennes, me di cuenta de que extrano pasar tiempo con viejitos piolas. No hablo de cualquier tipo de viejitos, sino de esas personas especiales, a las que se les puede ver el alma con solo mirarlos a los ojos.
Sentarme a tomar mate con mi abuelo Jacobo y escuchar las historias de cuando era chico y se metio en un tren con rumbo desconocido o de cuando trabajaba en una farmacia y se quedaba en el sotano a investigar todos los frasquitos y aprendio a mezclar yuyos para hacer tes medicinales. No importaba que me hubiera contado esas historias miles de veces, al contrario, cada vez era como volver a un lugar familiar, que a fuerza de haber imaginado con cada detalle de colores, olores y sensaciones, se habia transformado en un lugar mio.
Acompanar al balcon a la abuela Luisa y verla ir y venir con agua y comida para los pajaritos, mientras me hablaba de como era cada uno de ellos. Escuchar los ruidos en la cocina y verla aparecer con la bandejita con patitas que apoyaba sobre mis piernas, estiradas en el den-rep en el que dormia cuando me quedaba en su casa, tomar el te con leche con bombilla (parece ser que asi evitaba que me quemara la lengua) y bizcochos.
Escuchar las historias de la Baba, su adolescencia en Polonia, el barco, la huida, la llegada, la reconstruccion, ave fenix impasible.
Cada vez que me encuentro con un viejito piola, como el senior de las flores del marché de Rennes, el papa de Nico, el papa de Annie, me dan ganas de sentarme y pasar tiempo con ellos. En esos momentos percibo con claridad el espiral del tiempo, me siento una esponja avida de la sabiduria que una vida interesante y bien vivida tiene para transmitir.
Sentarme a tomar mate con mi abuelo Jacobo y escuchar las historias de cuando era chico y se metio en un tren con rumbo desconocido o de cuando trabajaba en una farmacia y se quedaba en el sotano a investigar todos los frasquitos y aprendio a mezclar yuyos para hacer tes medicinales. No importaba que me hubiera contado esas historias miles de veces, al contrario, cada vez era como volver a un lugar familiar, que a fuerza de haber imaginado con cada detalle de colores, olores y sensaciones, se habia transformado en un lugar mio.
Acompanar al balcon a la abuela Luisa y verla ir y venir con agua y comida para los pajaritos, mientras me hablaba de como era cada uno de ellos. Escuchar los ruidos en la cocina y verla aparecer con la bandejita con patitas que apoyaba sobre mis piernas, estiradas en el den-rep en el que dormia cuando me quedaba en su casa, tomar el te con leche con bombilla (parece ser que asi evitaba que me quemara la lengua) y bizcochos.
Escuchar las historias de la Baba, su adolescencia en Polonia, el barco, la huida, la llegada, la reconstruccion, ave fenix impasible.
Cada vez que me encuentro con un viejito piola, como el senior de las flores del marché de Rennes, el papa de Nico, el papa de Annie, me dan ganas de sentarme y pasar tiempo con ellos. En esos momentos percibo con claridad el espiral del tiempo, me siento una esponja avida de la sabiduria que una vida interesante y bien vivida tiene para transmitir.
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