Las palabras que se pronuncian se inscriben en el cuerpo. Somos hablados, habitados por el lenguaje y lo que se dice de nosotros.
Por ejemplo, las primeras palabras emitidas medio al tuntun por médicos y enfermeras en el momento de nuestra llegada al mundo.
X nace y la enfermera antes de ponerlo en los brazos de la madre lo mira llorar y dice: "uy, mire la cara que pone, como si ya desde ahora nos odiara... este va a ser un chico muy malhumorado señora". Dicho y hecho, X a los cinco años era un nene terriblemente inquieto, gritón, quejoso y siempre enojado, siempre de malhumor.
"En cambio su hermana -sigue la madre en cuestión respecto de la adolescente sonriente que la miraba quietita mientras X con sus cinco años de malhumor destruía todo lo que encontraba a su paso- ella es un solcito, siempre sonríe, es muy dulce". Y recuerda que para ella las enfermeras de turno tambien habían tenido un comentario para hacer : "esta nena es divina, con ella nunca va a tener problemas señora... ni crisis de adolescencia le va a hacer, va a ver".
Parece que siempre le tocaban enfermeras cotorras. Pero también pueden ser las palabras de consuelo, dichas con las mejores intenciones, las que tengan un peso especial en la vida de una persona. Z nació con Síndrome de Down. Sus padres al ver que la bebé había nacido así, lloraron, se desesperaron y se lamentaron de su suerte. Los médicos angustiados ante la escena y queriendo calmarlos, les dijeron que no se preocuparan, porque con todo el amor que le iban a brindar "las marcas del sindrome de Down se van a borrar y va a llegar el día en que ni se acuerden que ella tiene esa enfermedad".
Z creció rodeada de mucho amor, fue verdad. Tanto amor que llegada la pubertad los padres la sometieron a una cirugía estética que levantando los pómulos por acá, corrigiendo la forma de los ojos por allá, hicieron de Z una nena que no tenía mas cara de Down. Ni de Down ni de nada. Era una cara rarísima, se habían borrado las marcas del síndrome, pero con ellas se había borrado a Z misma. Una cara totalmente inexpresiva, lisa, inquietante. Y ella que habia llegado a ser una nena alegre, que iba al colegio, tenía amigos y vivía su vida como cualquier otra nena, a partir de ese momento tuvo un ataque de locura. Y claro, no se reconocía más en el espejo.
Palabras que se hacen carne, sentencias, predicciones, embrujos, maleficios que a veces tienen las consecuencias más insólitas e inesperadas.
Estas son historias reales, relatadas por la psicoanalista C.Mathelin, en Paris, enero de 2006.
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