sábado, octubre 28, 2006

Pequena sinfonia cronometrada

La vi cuando salia de trabajar, bajando con su baston por la calle tan empinada del hospital. Me llamo la atencion su andar cansado y me pregunte si habria ido a visitar a algun familiar enfermo o a su hija que acababa de parir. Fabricaba historias en mi mente hasta que llegue a la parada del colectivo. 18.40, habia llegado perfecto para el colectivo de menos cuarto.

Espere, espere, espere un colectivo que nunca llego y que me hizo perder el tren de las 19.00 para volver a casa. Habia dos mujeres, una negra con una negrita con trencitas que terminaban en canutillos blancos y que se abrazaba a la cintura de la madre canturreando 'estoy cansada, no quiero caminar mas' y otra con una nena tambien, mestiza, con trenzas que terminaban en una colita atada con una gomita rosada y con unos ojos verdes que miraban directamente al corazon.

Todas escrutabamos el horario del colectivo, mirabamos los relojes, intercambiabamos suspiros de fastidio y comentarios acerca del por que de la tardanza del habitualmente puntual colectivo. Finalmente la negra decidio irse de la parada, la otra la siguio y yo me quede ahi, medio perpleja, preguntandome si su partida se deberia a que habian abandonado la idea del colectivo o si habrian ido a buscar otro colectivo, otra parada, otro rumbo.

Sola, sintiendo que mi espera empezaba a ser ridicula, vi de pronto aparecer a la viejita, y el corazon se me estrujo de pensar que todo mi tiempo de espera ella lo habia usado para recorrer el camino desde donde la vi hasta donde yo estaba ahora.

Se sento, pregunto si por ahi pasaba el bus para la estacion y a que hora a una chica que hablaba por celular que acababa de ingresar al mundo de la parada del colectivo con la esperanza que da la inocencia. La chica le respondio muy tranquilamente que 19.02, y siguio hablando por telefono. A las 19.09 supe que algo raro pasaba, sobre todo cuando la chica del celular desaparecio tambien rumbo a lo desconocido.

A esa altura sabia que mi unica chance de tomar el tren de las 19.52 era empezar a caminar hacia la estacion. Era evidente que el colectivo nunca iba a llegar y que en esa zona no hay taxis. Era evidente y sin embargo mis pies no se movian. Algo me retenia y no sabia que. O si sabia: la vieja del baston.

Varias veces intente dirigir mis pasos hacia el camino de la estacion, pero llegaba hasta la esquina, daba vuelta la cabeza y la veia, sola, sentada en el banco de la parada, y anocheciendo. Y me quedaba, me seguia quedando, haciendole compania de un modo silencioso e invisible.

Finalmente me acerque, me pregunto a que hora pasaba el colectivo y le dije que ya dos colectivos no habian venido y que pensaba que no iba a venir ninguno mas. Ella aferraba en la mano algo que se me ocurrio podia ser una estampita plastificada pero seguramente era su credencial de jubilada para el colectivo.

En eso estabamos cuando una chica cruzo la calle y nos sonreia. Y nos dijo que acababa de venir caminando desde la estacion, que hay un cartel que dice que se suspenden los servicios de colectivos pero que claro nosotras ahi no podiamos saberlo pero que nos avisaba asi no esperabamos mas. Y me quede sola con la viejita, y supe que si no empezaba a caminar y a paso apurado, nunca iba a agarrar el tren de las 19.52, lo que me condenaba a una espera interminable del tren siguiente, de noche, en la loma del orto.

La viejita me dijo con aire angustiado pero decidido "yo caminando hasta la estacion no puedo ir", y entonces solo atine a senalarle con el dedo un cruce iluminado donde seria mas factible esperar un taxi, sabiendo que factible en esa zona y a esa hora quiere decir casi imposible. Y me fui. Me console pensando que debia tener un telefono celular, que debia tener alguien a quien llamar para que la venga a buscar. Pero en el fondo sabia que no, y que la cuesta de vuelta hacia el hospital seria imposible de subir para ella. Me senti mal por no haberme quedado, por no haberla acompanado hasta la estacion.

Quizas ella estuvo ahi para que todas nosotras hayamos podido encontrar nuestro camino, quizas ella sea el elemento fijo de nuestra movilidad.

Una sinfonia de mujeres que esperan, que se ponen en marcha, que tienen toda la vida por delante, que ya han vivido, que preguntan, que canturrean, que callan, que deciden, que observan, que resuelven, que se ayudan. Una sinfonia que duro apenas una hora pero de una tal belleza tragica que no puedo hacer otra cosa que escribirla, en honor a esa viejita que en el fondo debe saber muy bien como llegar y a mi abuelita Luisa, que se parecia mucho a esta otra.

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