Subí al avión con chancletas y musculosa y me bajé con tapado. Durante el viaje, a mi vecino izquierdo de asiento le temblequeó la patita derecha durante absolutamente todas y cada una de las horas que duró la travesía. Estaba tan asustado que no hablaba, no miraba la tele, no comía, no respondía. Sólo relojeaba mi pantallita de tele cuando yo miraba el diario de bridget jones o la pantera rosa. Daba miedo.
Me latió el cuore con fuerza cuando aterrizamos en Ezeiza. Con mas fuerza todavía cuando abracé a mi vieja. Cuando ví mi barrio desde el auto se me hizo nudo en la garganta, y cuando fuimos a comprar facturas a la flor del norte el nudo ya eran lagrimones.
Los detalles. La puerta de mi casa, el árbol de la esquina, la pizzería de la vuelta. Y sobretodo, la bata de mi viejo colgada al lado de la ducha, el detalle matador, un sopapo en plena mejilla. Llegar y buscarlo por toda la casa, constatar que todo está impregnado de él, pero que nunca más sus ojos abiertos, nunca más una palabra*. La tristeza infinita de mi abuela, su madre, para quien si él estuviera acá todo serían sonrisas, y en cambio su ausencia es la pesadilla cotidiana de sobrevivirle, una broma macabra de la vida. Y mi pieza que él pintó de color guinda, el cablecito de la estufa que él puso para que ande, su caja de herramientas y el pensamiento de que quizás acá, solamente acá, empiece el verdadero duelo.
Y los amigos, el abrazo de los amigos. Buenos Aires me pone una sonrisa en la cara. Una sensacion de liviandad, como flotar.
*Jean Luc Lagarce. J'etais dans ma maison et j'attendais que la pluie vienne
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