sábado, junio 11, 2005

Viajes

Mañana de sol, no bajo por el ascensor porque no hay y además porque para qué voy a bajar si acá estoy bien.

Momento bola-en-el-estomago. Buenos Aires se acerca o nosotros nos acercamos a ella (por qué Gardel dice "mi BsAs querido" si es una ciudad, femenina?). Todo se revuelve y se pone patas para arriba. La vertical, palabra que no uso desde que hacía gimnasia en el club Estrella del Maldonado. Las ganas locas de ver a la gente querida, la tristeza por no ver a quienes deberían estar y ya no estarán, los nervios de encontrarse con las cosas que no vemos hace tanto tiempo: los objetos de la infancia, las veredas con pedacitos de nuestra historia.

A veces la vida hace la vertical y ya no sabés donde está tu norte. Pero la vertical no es eterna y en algún momento las cosas se acomodan, las acomodás. Por mas vueltas carnero, la única brújula es la del deseo. Lo único de lo que uno puede realmente arrepentirse en la vida, decía un tal Jacques que se las sabía todas, es de haber retrocedido ante su propio deseo. Saber cuál es el propio deseo de todos modos no es soplar y hacer botellas, es algo que se construye a fuerza de porrazos. A esta altura uno ya se hizo una idea del asunto, pero da miedo igual. Todos tenemos miedo de nuestro deseo y el que dice que no, que aprete el pomo de espuma blanca carnavalito para bailar.

El carnaval esta en el Norte. Y hacia allí vamos, emprendemos un viaje hacia nuestro norte que no es un punto cardinal ni un lugar que figure en los mapas. Viaje iniciático, viaje de pasaje, punto de quiebre, muerte y resurrección.

Tropezamos, tambaleamos, tememos, pero emprendemos viaje (el viaje ya empezó en realidad), porque en el fondo estamos seguros de lo que queremos y dispuestos a vivirlo con toda la intensidad de nuestro ser que se compromete por entero a la travesía. Compromiso privado, en lo mas íntimo.

Hay cosas que se sienten en la carne, la convicción de que el otro pasó a formar parte de nuestro interior y que llegó para quedarse, y que ese quedarse es tan dulce, tan conmovedor, tan necesario como el oxígeno. Ponme tu mano aquí, Macorina, ponme tu mano aquí.

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