La hoja con todas esas letras escritas en mi mano, la luz sobre mi cara, unos segundos eternos de espera y "acción!". Empiezo a leer el texto y siento la electricidad que irrumpe como un torrente desde mi hombro, el brazo, la mano, y entonces la veo, veo la hoja empezar a sacudirse y sé que es irreversible. El propio temblor de mi mano haciendo temblar la hoja me desconcentra, como si no fuera yo quien la hiciera temblar (pero no soy yo).
Sigo actuando, levanto la voz, agarro la hoja con mas fuerza pero es peor. La cambio de mano, como pidiéndole auxilio al costado izquierdo de mi cuerpo, implorándole que no se deje llevar él tambien. Inútil. Intento entonces hacer gestos grandes, como si quisiera que la amplitud eliminara el movimiento involuntario y lo englobara en su ampulosidad. Nada de lo que hago consigue detener ese movimiento mecánico, enfermizo, ajeno.
Vemos lo filmado. Pero yo no veo otra cosa que ese rectángulo blanco que se agita con una imbecilidad pasmosa. Elogian mi valentía, mi creatividad, mi "estar al 100%" en lo que decía, mis proposiciones actorales. Pero todo eso para mi pasa en sordina, en segundo plano. No puedo dejar de pensar en ese movimiento que se hace solo, que yo misma no puedo controlar, en ese temblor que torna a mi brazo un ente con decisión propia que no quiere plegarse a los designios de mi voluntad.
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