Esa manera de transvasar el té de un vaso de vidrio a otro para que se enfríe, sin derramar ni una gotita, mientras el sol miramarense entraba por el gran ventanal y la nariz y los hombros ardían porque no habia nubevital que resistiera a tantos castillos de arena bajo el sol del mediodía. Los chinitos sobre el mueblecito de al lado de la cama, uno rojo que decía que no y el otro azul que decía que sí. El pañuelo enroscado en la cabeza y todas esas palabras y canciones en idisch.
Y el saquito usado dentro de un vaso, porsupuesto, porque va a servir para los proximos tés.
Y si a vos te dió tanta felicidad hablar por teléfono conmigo el otro día, no te puedo explicar a mí escucharte decir que estuviste leyendo y redescubriendo tus propias historias a través de mis escritos, Baba, no te das una idea.
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