domingo, diciembre 04, 2005

Zamba como las de antes

Aguila lo llamaban en la famosa Zumerland, colonia de verano allá lejos en Mercedes, reducto creado árbol por árbol, ladrillo por ladrillo por las tenaces manos de los inmigrantes judíos que querían que sus hijos tuvieran un lugar para estar juntos, divertirse y pensar.

Arbol por árbol quiere decir que con sus propias manos plantaron los arboles que todavía hoy lucen sus firmes y orgullosas raíces en el bosque de Mercedes.
Ladrillo por ladrillo quiere decir que se arremangaron, construyeron, organizaron, crearon.

A Aguila lo empezaron a llevar desde muy chiquito, un mes sin los padres era la consigna, así que dormía en una camita en un pabellón junto con un montón de otros en la misma situación que él. Parece que guardaba sandwiches debajo de la cama y que enchastraba toda la ropa revolcándose para jugar al fútbol o correr por el bosque. Toda la ropa salvo un short blanco, remera blanca, medias y zapatillas blancas que no se tocaban durante todo el mes y que había que guardar para el día en que los padres venían, y se hacía todo un show blanco de bienvenida con canciones, acrobacia, sketchs y gran gala gran.

Enseguida le fue tomando el gusto a la colonia y cuando pasó la edad de "colono" fue "lerer" (maestro) y ahi nació su apodo, Aguila, el lerer que vuela.

Parece que eran un clásico las rondas al atardecer alrededor de su guitarra, que empuñaba con todo el corazón y de la que hacía salir zambas deliciosas, y algunas canciones inventadas con ingenio y mucho humor.

De la gente que fue a la colonia en esa época no debe haber nadie que no sepa quién fue Aguila. De esa época se supo ganar un enorme grupo de amigos de fierro, amigos que lo acompañaron durante toda la vida y con los que guardó una complicidad de esas complicidades que solo puede dar el haber compartido días y noches de adolescencia, fogones y aventuras.

Hoy me vinieron unas sorpresivas ganas de escuchar zambas. Busqué hasta dar con algunas y en los primeros acordes de la guitarra lo sentí venir, un duende de visita que me regalaba acordes dulces y llenos de historias de árboles, sol y ropa blanca. Pude evocar su voz tibia, que me acunaba para dormir o me contaba cuentos.

Y de algún modo esa música son mis raíces, tan sólidas y orgullosas como el arbol que plantaron mis abuelos allá lejos y hace tiempo, al que seguramente mi papá Aguila habrá subido muchas veces para armar casitas o simplemente contemplar el horizonte, y que seguramente todavía hoy se yergue macizo en Mercedes.

Muy probablemente en alguna de estas tardes de verano, a la sombra de ese árbol, si alguien se sienta y hace silencio, pueda escuchar unas zambitas juguetonas y justo después un aleteo hacia el cielo azul.

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