Es ineludible; en Paris llueve. Y sobrepasadas las molestias de paraguas, suelas mojadas, botamangas húmedas, yendo un poco más allá, es ineludible descubrir que tiene su encanto.
Paris es otra cuando llueve. Las gotas en los cristales, las mismas que empañan, permiten otra mirada. Luz exterior que se refleja en la gota, gota que refleja lo que pasa adentro, y de golpe la gota es uno mismo dejándose deslizar por el cristal.
Y entonces es agradable ser gota, reflejar, rodar y tener una existencia prismática, redonda, resbaladiza.
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