Post dedicado a Baterflai, que sabe de lo que hablo.
Un dia me llamó a mi casa de BsAs un Sr. con mi mismo apellido, en un español chapurreado, diciendo que estaba armando el árbol genealógico de la familia. Paranóica como soy, imaginé en un segundo todos los complots, amenazas y peligros. Pero no. Era verdad.
Ya en Paris, conocí a este buen señor, cuyo pasatiempo es efectivamente rastrear los orígenes de su familia. En esos cuadernos gigantes que me mostró, yo ocupaba un lugar. Lo ayudé a completar toda la rama argentina y se volvio una especie de tío parisino con quien nos vemos cada tanto y nos contamos cosas.
Su padre fue sobreviviente de campo de concentración. Un día quiso escribir y contarle al mundo lo que había vivido. Su hijo le propuso llamar a un periodista o escritor que lo ayudara a cumplir su propósito a lo que el padre le dijo que no; o lo ayudaba su propio hijo o no escribía nada. Así fue como "el tío" entendió que era su deber y que se trataba de un acto de transmisión. Respiró profundo y escuchó durante semanas y semanas los horrores más despiadados, las atrocidades mas extremas, reviviendo cada día, cada hora de lo que su padre había vivido.
Ese libro, "Un sobrevivente", me lo llevé como regalo preciado la primera vez que volví a BsAs. Ese libro cuenta la historia que mis familiares que murieron en el campo no me pudieron contar.
Mi baba, la única de la familia que sobrevivió por haberse subido al barco con destino a BsAs, no volvía de su asombro de que yo hubiera encontrado "gente de la familia", especialmente alguien que habia vivido lo mismo que sus padres, sus hermanos, todos sus seres queridos.
Durante horas me sentaba en el sillón del departamento de la calle Gaona y le iba traduciendo del francés al castellano cada página de ese libro. Ella me escuchaba casi en trance. La infancia de este hombre en el pueblito de Polonia era exactamente su infancia. La escuela, la vida familiar, el ambiente, la segregación, todo lo que le iba leyendo era como si fueran sus propias palabras.
Llegó la hora de volverme a Paris, y no pudimos terminar el libro. Cada vez que hablo con ella me dice que recuerda intensamente esos momentos que pasamos juntas, y que todavía le parece verme leyéndole en la penumbra. Y lamenta terriblemente no haber podido llegar al final de la historia.
Como para mí esos momentos tambien fueron mágicos, me traje el libro y empece a traducir a partir de donde dejamos la última vez, lo escribí en la computadora, lo imprimí y se lo mandé por carta. Para que alguien allá le lea (sus ojos no le responden más a sus 95 añitos) y de algún modo podamos seguir juntas a traves de los kilómetros.
Parece que la carta le acaba de llegar y que esta felíz.
Un espiral, una historia tejida a traves de los años y los kilómetros, historia de sufrimiento y horror pero también de encuentros y, sobre todo, de vida.
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